Hay un cambio silencioso, pero contundente, que atraviesa al mundo del vino: ya no se trata de cuánto se bebe, sino de qué se bebe y por qué.

Durante años, el éxito de una bodega se medía en litros. Hoy, se mide en prestigio, en historias que emocionan, en etiquetas que invitan a viajar sin moverse de la mesa. El consumidor cambió, y con él, también lo hizo el mercado.
El fenómeno tiene nombre: premiumización.
En lugar de buscar volumen, las bodegas ahora pelean por atención, por fidelidad, por pertenencia. En un mundo donde el consumo global de vino decrece o se estabiliza, los vinos premium y súper premium crecen a ritmo sostenido, según el informe de IWSR (International Wine and Spirits Research).
No es una moda: es un síntoma de época.
Los datos hablan. Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, China y Corea del Sur lideran el fenómeno. Y Argentina, claro, no mira desde la tribuna. Juega.
Una copa con historia
En los últimos años, el vino dejó de ser un producto de góndola para convertirse en una experiencia emocional. Una postal sensorial que combina paisaje, origen, identidad y, sobre todo, una narrativa poderosa.
Los nuevos consumidores –millennials y generación Z al frente– no buscan solo sabor. Buscan autenticidad. Pagan más por etiquetas que defienden la producción artesanal, la sostenibilidad y la conexión con el terroir. Visitan bodegas, conocen enólogos, escuchan historias. Y eso deja huella.
El vino ya no es solo una bebida: es una declaración de principios.
¿Qué responde el mercado?
Frente a esta transformación, las bodegas rearman sus cartas. Aparecen etiquetas que detallan el origen parcelario del viñedo, la vendimia manual, el uso de levaduras nativas, la crianza en barricas únicas. Detalles que antes eran patrimonio de un puñado de sommeliers, ahora seducen a un consumidor cada vez más informado.
Magdalena Pesce, directora ejecutiva de Wines of Argentina, lo resume sin vueltas:
“Incluso en un contexto de moderación, los consumidores están dispuestos a invertir en experiencias de mayor calidad”.
Y pone cifras: mientras el volumen total de bebidas cae levemente, las espirituosas premium crecen un 4%, y la cerveza premium, más del 3% solo en 2024.
El desafío argentino
Javier Merino, del Centro de Estudios Económicos de Bodegas de Argentina, lo pone en perspectiva local:
2024 marcó un punto de inflexión. El vino embotellado de bajo precio cayó, mientras que los de alta gama crecieron tanto en volumen como en facturación.
Un “trade up” silencioso, pero palpable.
Los consumidores con mayor poder adquisitivo volvieron a mirar con cariño las etiquetas más costosas. A veces por gusto, a veces por los descuentos, otras por simple deseo de reconectar con el placer.
Incluso las exportaciones lo reflejan: entre mayo de 2024 y mayo de 2025, el mayor crecimiento en volumen se dio en vinos que cotizan entre 60 y 84 dólares por caja, con un alza del 11,3%.
Un dato que no necesita mucho análisis: el vino argentino premium pisa fuerte afuera.
Lo que viene
La premiumización no es una estrategia de marketing. Es una respuesta honesta a un mundo que busca calidad antes que cantidad, profundidad antes que superficie.
Para las bodegas argentinas, el reto no es menor: elevar la vara sin perder autenticidad. Y para quienes amamos el vino, la invitación está clara: seguir descubriendo copas que cuenten historias, que emocionen, que nos hagan beber menos… pero vivir más.