La nueva obra de Zach Cregger rompe las reglas del cine de género con un relato coral, atmósfera perturbadora y un humor perverso que no te dejará indiferente.
Zach Cregger regresa al cine con Weapons, una propuesta que juega a ser una matrioska endemoniada: cuando creés haber entendido hacia dónde va, la historia abre otra capa… y otra más. El resultado es una experiencia que desafía las etiquetas: no es solo terror, ni un simple thriller psicológico, ni un drama sobre el duelo, sino todo eso al mismo tiempo, envuelto en una estructura coral con seis personajes que orbitan alrededor de un hecho trágico apenas insinuado.
La película se mueve entre referencias a Magnolia de Paul Thomas Anderson, la tensión corporal de Cronenberg y la sobriedad inquietante de Denis Villeneuve. Cregger no explica: empuja al espectador al abismo, y lo hace alternando incomodidad, confusión y risas culpables. El equilibrio entre lo siniestro y lo gamberro es su marca de fábrica.

El humor negro aparece en los momentos más insospechados: una frase cortante, un plano fuera de lugar o un giro narrativo que parece absurdo… hasta que entendés que era exactamente lo que hacía falta. Y el clímax, a medio camino entre lo grotesco y lo sublime, es una jugada arriesgada que no resuelve todos los misterios, pero funciona porque potencia el desconcierto y refuerza la tensión.
El elenco —Josh Brolin, Julia Garner, una irreconocible Amy Madigan— aporta solidez, aunque no todos brillen por igual. Sin embargo, el verdadero protagonista es el clima: cada plano respira amenaza, cada esquina esconde un posible peligro, y las secuencias con cámaras de seguridad convierten al espectador en un voyeur incómodo, atrapado en una paranoia que crece escena a escena.
No todo encaja: el guion es tan ambicioso como tramposo, con pistas falsas, cabos sueltos y decisiones que parecen forzadas. Pero la propuesta es tan adictiva y envolvente que sus imperfecciones se vuelven parte del encanto.
Weapons es, en definitiva, una joya extraña: no perfecta, pero sí profundamente perversa. Un recordatorio de que el mejor cine de género no solo asusta, sino que confronta, incomoda y, de paso, nos hace reír frente al abismo.